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La Ley Antimonopolio: El Mejor Cuento para la Tribuna

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Por Amaury Sánchez

Si hay algo en lo que los políticos mexicanos son verdaderos artistas, es en vendernos ilusiones. Nos dicen que con la Ley Antimonopolio se acabaron los abusos, que ahora sí habrá competencia y que el consumidor será el gran ganador. ¡Ah, qué bonito suena! Pero en el fondo, todos sabemos que no pasará nada. Y lo peor es que ellos también lo saben, pero juegan con el tema como un gato con un ratón: lo entretienen, lo zarandean y, al final, lo dejan moribundo sin llegar a matarlo.

Porque, seamos francos, ¿qué es una ley sin voluntad política para aplicarla? Un adorno legislativo, un bonito papel para presumir en foros internacionales y, sobre todo, un excelente discurso en campaña. “Vamos a acabar con los monopolios”, dicen con la mano en el corazón, mientras con la otra firman acuerdos con las mismas empresas que supuestamente van a regular.

El verdadero negocio aquí no es castigar a los monopolios, sino negociar con ellos. La Ley Antimonopolio no es más que un arma de doble filo que los políticos usan a su conveniencia:
1. Para chantajear a los grandes empresarios. Si un corporativo quiere seguir jugando en el mercado sin problemas, más le vale llevarse bien con los de arriba. No es coincidencia que muchas de las sanciones más mediáticas terminen en arreglos discretos.
2. Para desviar la atención. Cada vez que hay un escándalo o crisis, sacan el tema de la competencia económica para que el pueblo se distraiga con la ilusión de que ahora sí habrá cambios.
3. Para seguir vendiendo la idea de que México es un país de libre mercado. Porque, al final, lo que importa es la narrativa. Si la ley existe y de vez en cuando se aplica a un pequeño infractor (nunca a los grandes peces), se mantiene la ilusión de que el sistema funciona.

Pero en la práctica, los monopolios siguen ahí, cómodos, inamovibles. Las grandes televisoras, las empresas de telecomunicaciones, los bancos… todos siguen manejando el juego a su antojo. Y cuando un gobierno se atreve a incomodar demasiado, esos mismos gigantes usan su poder mediático y financiero para recordarle quién manda realmente.

Así que no nos engañemos: esta ley, como muchas otras, no es más que otro elemento del teatro político. Se aplicará lo suficiente como para que parezca real, pero nunca al grado de afectar a quienes realmente controlan el mercado. Y mientras tanto, nosotros seguiremos pagando tarifas absurdas, comprando productos inflados y viendo cómo la competencia en México sigue siendo una farsa bien maquillada.

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