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Los niños del silencio

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Gabriel Torres Espinoza

En México, la niñez trabaja mientras los gobiernos duermen. Los discursos oficiales siguen celebrando el supuesto compromiso con la infancia, pero las cifras revelan una verdad incómoda. Más de 180 mil niñas, niños y adolescentes trabajan en Jalisco, el octavo estado con mayor número de menores en ocupaciones laborales, muchas veces peligrosas, informales y sin ningún tipo de protección. Este dato nos debe llamar a la reflexión.

El trabajo infantil no es solo una estadística, es la renuncia a garantizar derechos fundamentales. La Encuesta Nacional de Trabajo Infantil (2022) nos dice que un tercio de los menores trabaja más de 28 horas a la semana. Muchos no perciben salario. Otros lo hacen para pagar deudas familiares. ¿Qué tipo de país somos cuando una infancia paga las cuentas de un sistema roto?

En Jalisco, el 49% de la población económicamente activa está en la informalidad. La niñez no escapa a esta lógica.Desde el AMG hasta las zonas rurales, miles de menores laboran en comercio, servicios o el campo, en condiciones que la Organización Internacional del Trabajo equipara a explotación infantil. No se trata solo de trabajo, se trata de vidas hipotecadas. Porque mientras trabajan, no estudian. Mientras sostienen económicamente a sus hogares, ven truncado su desarrollo.

La pandemia agravó el problema. La pérdida de empleos empujó a más menores a las calles, a los talleres, al campo. Hoy enfrentamos no solo una crisis de derechos, sino una amenaza estructural. Estos niños, muchos de ellos invisibles para el sistema, están también en la mira del crimen organizado. El reclutamiento forzado de menores creció de 30 mil a 150 mil casos estimados tras la pandemia. Jalisco, otra vez, está entre los estados con mayor riesgo.

Y mientras tanto, las decisiones públicas llegan tarde, mal onunca. Ni siquiera el Mundial 2026 parece activar una alerta real sobre los riesgos de abuso y explotación infantil, que un evento así podría acarrear. El reciente convenio firmado con UNICEF parece más un gesto simbólico que un compromiso con resultados. Si un niño deja su desarrollo para trabajar, es porque los adultos fallamos. No hay desarrollo posible mientras permitamos que la infancia pague el precio de nuestra indiferencia.

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