Por Amaury Sánchez
El reloj avanza y la amenaza de un arancel del 25% sobre las importaciones mexicanas sigue pendiendo sobre nuestras cabezas como una espada de Damocles.
Marcelo Ebrard, en su papel de secretario de Economía, se prepara para una negociación que no solo definirá el futuro del comercio bilateral, sino que también pondrá a prueba su temple y capacidad estratégica en el tablero internacional. ¿Podrá salir airoso de este embate o terminará cediendo ante la presión de la Casa Blanca?
Los encuentros con Jamieson Greer, representante comercial de Estados Unidos, y Howard Lutnick, secretario de Comercio, no serán un paseo por la Casa Blanca. Donald Trump, maestro de la política de la intimidación, ha dejado claro que su objetivo es doblegar a México bajo la excusa de la migración y el narcotráfico. Sin embargo, detrás de esta postura beligerante, se esconde un hecho innegable: la economía de ambos países está demasiado entrelazada como para romperse sin consecuencias devastadoras.
El gobierno mexicano no llega con las manos vacías. Ha desplegado tropas en la frontera, ha endurecido sus políticas de control migratorio y, en un movimiento inesperado, ha aceptado imponer aranceles del 25% a semiconductores chinos, alineándose con los intereses geopolíticos de Washington. Un sacrificio estratégico que podría servir como moneda de cambio en las negociaciones.
Pero ¿será suficiente para apaciguar a Trump? La clave estará en cómo Ebrard juegue sus cartas. Su experiencia diplomática y su habilidad para el cabildeo serán cruciales en este pulso con la mayor potencia mundial. Tiene que vender a México no como un problema, sino como un socio indispensable. Destacar que el comercio bajo el T-MEC ha sido un ganar-ganar, que un arancel del 25% desataría una crisis en ambos lados de la frontera y que, en un año electoral, la última cosa que necesita Trump es un conflicto comercial que dispare los precios al consumidor estadounidense.
El margen de maniobra es estrecho, pero hay razones para el optimismo. La presión interna en Estados Unidos –empresas, legisladores y consumidores que dependen de los productos mexicanos– juega a nuestro favor. Ebrard tiene que aprovechar esta coyuntura para inclinar la balanza.
La próxima semana definirá el curso de la relación México-EE.UU. por los próximos años. Si Ebrard logra una negociación exitosa, saldrá fortalecido como uno de los arquitectos clave de la estabilidad económica del país. Si fracasa, enfrentaremos una tormenta económica con consecuencias impredecibles. El juego está en marcha, y el tiempo apremia.
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